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viernes, 28 de abril de 2017

La destrucción del caserío histórico de Sevilla


No siempre caminar por Sevilla es un placer, a veces te encuentras sorpresas desagradables. El otro día, pasando por la Calle Castellar, justo después de asomarme al observar las yeserías de la entrada del colegio Calderón de la Barca, vi que la casa de la acera de en frente, de aspecto antiguo, tenía la puerta abierta y pensé en asomarme al zaguán para ver qué encontraba. La imagen no fue la que esperaba:

Entre escombros, asomaba una columna que se mantenía erguida entre los restos del edificio destruido, posiblemente esperando a correr la misma suerte que el resto de la edificación. De hecho ya hay algunas columnas desmontadas y partidas apoyadas en la pared, desconozco con qué destino. Es, por desgracia, una imagen muy ilustrativa de la Sevilla actual, que ve como día a día se van perdiendo elementos que forman parte del patrimonio de nuestra ciudad. Se destruyen casas enteras, dejando sólo las fachadas o en el "mejor" de los casos, se arrasa con la azulejería, suelos hidraúlicos...

Cualquiera se escandaliza al hablar de los años 60 por lo que se destruyó entonces, pero de lo que pocos son conscientes es de que actualmente se sigue arrasando con el patrimonio en Sevilla, aunque no se haga de la misma manera, y es muy importante frenar este proceso porque, aunque parezca sólo una casa más, poco a poco se está acabando con el caserío histórico de Sevilla y en conjunto se está produciendo una pérdida irreparable del patrimonio y la historia de la ciudad.


En este caso concreto, se trata de una casa que probablemente date del Siglo XVIII, y sabemos a ciencia cierta que es al menos del XIX, ya que en ella nació en 1886 el escritor José María Izquierdo. Este dato le suma un interés especial a la vivienda.





Si miramos en los planes de protección del patrimonio (que se pueden consultar fácilmente en internet) Vemos que el inmueble en cuestión, el 59 de la calle Castellar, cuenta con un grado de protección C, del cual se dice que:

"En estos edificios protegidos no se admite la sustitución, si bien podrán ser objeto de obras de conservación, de reforma menor y parcial así como las obras de ampliación siempre que, en este último caso, no afecten a los valores, espacios o elementos catalogados. Si la ampliación se hiciere
por remonte, éste no será superior a una (1) sola planta, que podrá ser coplanaria con la fachada del edificio o retranqueada al menos una crujía de la misma.(...)

En cuanto a la conservación y mantenimiento de los bienes catalogados con la letra C el plan general del art. 8.11.12 se remite a lo dispuesto en el art. 36 de la Ley de Patrimonio Histórico Español, indicando que si a pesar de lo dispuesto en dicho artículo llegara a incoarse expediente de ruinas o se solicitara la demolición del inmueble se estará a lo dispuesto en el artículo 24 de la misma Ley"

La ley a la que hace referencia establece la posibilidad de demolición, pero sólo en caso de una firme declaración de ruinas, limitando además esta posibilidad al mínimo daño posible y planteando la reposición de los elementos perdidos.

Desconozco la situación del inmueble en cuestión y su estado antes de la realización de las obras que yo pude contemplar, por lo que no tengo gran capacidad de juicio en este caso concreto, pero la realidad es que es demasiado frecuente encontrarse este tipo de situaciones, de las cuales tenemos constancia, entre otras, gracias a la labor de denuncia que se hace desde el blog Cultura de Sevilla, que no desiste en su incansable intento de concienciación. Es especialmente preocupante además el hecho de que ocurra esto existiendo ya unas leyes de patrimonio que deberían velar por su protección, pero que parece ser que no se hacen cumplir y que, cuando se hace, como en el caso del Hotel Mercer en la calle Castelar, se actúa cuando el daño ya está hecho y la sanción (unos 100.000 euros) es relativamente "rentable" para los promotores

¿Para qué sirven las leyes de protección y los técnicos encargados? ¿Por qué seguimos viendo esta situación? ¿Qué se puede hacer para remediarlo? Son preguntas que debemos hacernos y, ante todo, es necesario que la ciudadanía valore el legado cultural que poseemos, sea consciente de esta afección y se mueva para revertirla como hace con muchos otros temas.



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